Ver, o la increíble ciencia de lo pequeño e inadmisible.





Recae, hoy, sobre el escritor, la tarea de ver y anotar la grandeza de notar lo pequeño. Empero, antes de empezar con las usuales introspecciones, divagaciones y bagatelas del pensamiento cabe preguntar al lector ¿Ha notado usted en algún momento las sutiles vibraciones que permanecen en el aire al paso de algún ave? ¿Ha seguido usted a la hormiga solitaria hasta su destino? O por el contrario, ¿extiende usted su mirada sobre el vasto reino de Dios y no ve nada? ¿Se encuentra usted tan atareado e impaciente que no le queda tiempo para sentarse en la banca de un parque a ver lo que sucede más allá del horizonte? Es pues, el autor del presente texto igualmente impaciente y, sin embargo, ilustrado en el honorable arte de ver la pintura secar y en el sisifico menester de atrapar el aire con las manos; son pues de su conocimiento los resquicios mentales y aguda su vista para lo pequeño. Es pues, al paso de un transeúnte distraído que nace este escrito, en la necesidad de hablar sobre la inmensidad de las minucias. Se dice que el sello de todo soñador recae sobre la capacidad de hacer que el pensamiento rumie sobre las pequeñas cosas, y es cierto, las personas van por ahí, viendo, sin notar, las grandes historias que les rodean. Es necesario entender la gravedad de la muerte de un cigarrillo, la conmovedora historia del envoltorio de un dulce, huérfano y abandonado. Este es un reclamo, una llamada de atención sobre la mujer que pasa con afán, sobre el joven que lee un libro en el vagón del metro, sobre cada uno de nosotros y la epopeya que llevamos detrás y la Iliada que nos espera al voltear en la esquina. De este modo, se hará del mundo un lugar más grande, más in-explicable; porque está en la mirada avizora del soñador la capacidad de entrever, al menos de manera imaginaria, la verdad de cada una de las cosas que le rodea. Es así como, durante un instante, otro mundo choca con la realidad, una ilusión que se extiende hasta que le cobija el olvido; y a fin de cuentas que otra cosa, más que ésta, hacemos
: caminar por la ciudad perdidos en edenes e infiernos mentales, sobresaltados por pequeños detalles sin saber que hay otros tantos que del mismo modo, merecen toda nuestra atención. En vista 
de lo anterior, es función de cada uno de nosotros, seres humanos, hacer de esta actitud inquisidora la ciencia de lo pequeño e inadmisible, pequeño porque es, en un primer momento, algo insignificante; e inadmisible, porque la verdad de cada uno de estos detalles es incierta y prohibida para nosotros. Finalmente, es ciencia porque en el proceso de introspección sobre cada uno de estas pequeñeces nace un destello de verdad, porque hay algo que hace homogéneo a este conjunto de disparidades y es, exactamente, la falta de uniformidad.

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