CIELO



De los restos de la fogata tomo un trozo de carbón, todavía tibio, y dibujo una media luna en el asfalto. – ¿Ves esto?- le pregunto, ¿Qué es? Responde. -Así se siente el mundo cuando no estás conmigo.- le digo mientras la abrazo. Como era de esperarse no respondió nada, no entendía, solo tiene cuatro años y aquellas nociones de la metafísica del amor se escapaban a su entendimiento, más no a su praxis.  Es extraño como un niño no es capaz de explicarse la profundidad y complejidad de un sentimiento como el amor, y aun así, es capaz de amar tanto o mejor que cualquiera de nosotros, que fuimos exiliados de nuestra infancia hace tanto tiempo. Mientras divagaba, me pide que cantemos, -claro cielo, ¿Cuál quieres, la de la hormiga con gafas o el perezoso hiperactivo? -La de supestans-, me contesta en ese inglés particular que maneja. La subo a mis hombros y empezamos a caminar mientras cantamos, yo canto hasta cierta parte y ella lo complementa, así como hace con mi vida. Es primero de Enero, anoche hubo sancocho y asado en la casa de mis abuelos, trasnochamos bailando y jugando, aun no sé cómo tiene tanta energía, solo ha dormido seis horas y quiere ir al parque a jugar.-Vamos pues cielo, la de Super Stan cierto?, cantemos…-

Llegamos al parque y se le olvida que quiere cantar, prácticamente se lanza de mis hombros, yo, ahora experto en esos malabares paternos, la agarro en el aire y la dejo sobre el suelo. Corre, pero se acuerda que sin ella me pesan los días, voltea y me estira la mano, también corro y envuelvo su mano en la mía. La dejo junto al tobogán y voy a buscar una silla para sentarme a verla correr; ya no me deja jugar con ella, es tan grande que sabe que ese parque no es para grandes como yo, sino para grandes como ella. Empieza a seguir esos ciclos de los que nunca se cansa un niño; cincuenta veces se lanza por el tobogán, cincuenta veces da la vuelta al parque, cincuenta veces vuelve y se sube por las escaleritas de madera, cincuenta veces otra vez; así una y otra vez, todos los días en los que la llevo al parque. Se cae y yo hago fuerza para que no llore, se pone de pie y sigue corriendo; si, cada vez es más fuerte e independiente, ruego al cielo porque nunca más pase algo lo suficientemente grave para que no se pueda poner de pie sola. Sin embargo, el cielo andaba ocupado y esta vez cae más fuerte, una par de lágrimas se le escapaban mientras busca mi mirada,  corro, la levanto, la abrazo, le digo que todo está bien, que no es tan grave y saco un brazo de repuesto y se lo cambio por el que está malo, eso siempre la hace reír. Nos sentamos un momento en el suelo y se le olvida el dolor o me cree eso de que ya pasó, me gusta pensar que es lo segundo. Sube de nuevo por las escaleritas de madera y empiezan de nuevo los cincuenta toboganes junto con las cincuenta vueltas al parque mientras conoce uno o dos amigos nuevos, me presenta con todos.

A estas alturas el día se empieza a acabar. Después de muchas cincuenta vueltas al tobogán y al parque, después de correr por las trampas caza bobos, no sé de dónde sacó eso, nos vamos a casa a cenar, en el camino cantamos de nuevo, buscamos a la alpaca albina albana, al tiburón con brackets, al tapir ñato y a la asombrosa, pero esquiva ardilla voladora de tres cabezas. No sé cómo perciba sus días, pero así yo vivo mis días con ella, siempre son pequeñas aventuras que le roban tiempo al existencialismo a quien tengo como huésped recurrente. No sé cómo ella perciba su vida, pero así quiero ser yo cuando sea grande, otra vez pequeño.

Comentarios

  1. Me encantaría haber leído algo así de mi papá ahora que podría entenderlo. De corazón, muchas gracias por compartir esto, por intentar ser el mejor papá. Que tus años con Luci sean eternos y brillantes.

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