Sísifo.





Sobre un mar de vapores ajenos flota este sujeto, dos o tres generaciones más viejo que el visitante usual de este lugar. El primero se dedica a recoger las botellas que los segundos vacían, como buscando algo en medio del líquido turbio que contienen. A primera vista, es recoger dichos contenedores de vidrio parecería un ejercicio normal, inclusive necesario, sin embargo, después de un análisis más detallado, encontramos que dicha acción raya con la locura. En primer lugar, este sujeto, cuya espalda ya se dobla ante el peso de la atmósfera, da vueltas alrededor de este espacio, una y otra vez, y en muchas de estas ocasiones,  lo hace de manera infructuosa. Es después de esos momentos en que decido llamar a dicho sujeto: Sísifo. Ahora bien, Sísifo no es un sujeto cualquiera, él es un extranjero en este lugar; peor aún, podría llamársele un paria entre los parias. Sísifo no está borracho, o al menos, no lo parece; por el contrario, Sísifo parece tener hambre. Por otro lado, Sísifo está solo y en contraste con aquellos que, aunque hoy no se encuentran acompañados tienen una cerveza o al menos piensan en alguien más, él tiene ese halo de los que están verdaderamente solos; Sísifo huele a aquellos que no tienen siquiera un recuerdo para acompañar las noches frías en las que el hígado pide el calor del whiskey. Tras un par de vueltas y unas cuantas botellas en el costal, Sísifo se sienta, busca en sus bolsillos, pero nada saca o nada encuentra, que no es lo mismo. Mira a su alrededor por un rato, dice algo para sí, quizá esboza el manifiesto de todos que, como él,  han dejado de vivir el hoy para vivir el quizá. Se levanta, le cuesta porque algo le duele, toma su costal e inicia otra vez el ciclo sus noches. Sísifo toma valor y se dirige a un grupo de jóvenes, les pregunta si ya vaciaron sus botellas, nadie responde, él sonríe, quizá entiende que en el humor se condensa la dignidad. Continua su ronda y encuentra tres nuevas botellas para el costal, seiscientos pesos, se irgue un poco y camina un tanto más feliz; me siento mal al pensar en mis tres mil cuatrocientos pesos para la cerveza,  pero voy y la compro,  también tengo tres mil cuatrocientas penas. Son aproximadamente las 11 de la noche, Sísifo sigue buscando botellas, no ha comido ni bebido nada en estas 5 horas de ronda, su locura ahora raya con la penitencia, me atrevería a decir que es un santo, pero no puedo, después de un rato, Sísifo hace cuentas, tres cajas de botellas vacías, recibe su paga y se aleja de este lugar. Alrededor de dos horas después lo vuelvo a ver, no en aquel espacio de botellas, rondas y reflexión, lo encuentro ahora en una de tantas esquinas, de tantos barrios en los que se hace aquello que tantos sabemos, porque al igual que todos nosotros, Sísifo también se pierde en la eterna e infructuosa búsqueda de perdernos.

Comentarios

  1. Todos en el fondo tan Sísifos y a la vez tan ignorantes de él. Me encantaría que ampliaras esa parte de la soledad...

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  2. Walter, me encanta lo descriptivo y profundo que eres. Leerte es llenador, entretenido y provoca seguirlo haciendo...

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