UNA VOZ PROPIA
Todos
emprendemos, en algún momento de nuestras vidas, la búsqueda de una voz. Todo inicia
desde que, durante nuestra infancia, buscábamos la voz de mamá para sentirnos
abrigados por el vaho tibio de su aire. Crecemos y las voces que encontramos forman
un repertorio, una especie de sinfonía a cuyo ritmo bailamos durante el resto
de nuestra vida. Sin embargo, llega un
momento en el que nos embarcamos en una búsqueda, quizá, un tanto más
peligrosa, un tanto más infructuosa; una búsqueda que termina siendo una suerte
de anatema: la búsqueda de la propia voz.
En mi caso,
esta búsqueda se ha visto dividida en dos: la búsqueda de mi voz sobre el papel
y la búsqueda de mi voz sobre el oído de los demás, pero en este caso, es
menester hablar de la segunda.
Develar el sonido de mi propia voz ha sido como
querer llegar al fin del horizonte dado que llegado el momento en que creo
descubrirme y por ende, descubrir mi propia voz; me doy cuenta que el camino me
ha cambiado de manera tal que no soy yo quien creo que soy. Hablar es la manera
de determinarnos en el mundo de los otros, dialogar se convierte en una especie
de magia en la que tornamos al otro en un espejo en el cual nos reconocemos;
vemos reflejadas en sus respuestas nuestras palabras.
La oralidad
en el ser es un tema bastante complejo, en toda la extensión de la palabra.
Encontramos entonces, personas cuyo mundo se escapa a las posibilidades del
lenguaje, terminando tal bastedad y fertilidad mental resumida en el silencio,
en la desarticulación de un todo. Concluye encerrada en la potencialidad y en
la esterilidad de la no habla. En mi
caso, dicha situación es un aglomerado de momentos dispares de total verborrea
o absoluto ausentismo del discurso. Es interesante ver como en la búsqueda del yo que habla no se termina por encontrar
un solo yo, en este camino
encontramos una infinidad de sujetos que constantemente mutan bajo la luz de
las personas, momentos, acciones y filtros. Dichos sujetos se encuentran en
constante dialogo; porque dentro de nosotros la tertulia nunca acaba, un
dialogo en el cual se decide qué y cómo decir o; tal vez, callar, porque a fin de cuentas
callar también es hablar. Así pues, en la búsqueda de la propia voz terminamos por estrellarnos con un
entretejido del yo con el yo; con un bullicio tal, que nos es imposible separar
lo bueno de lo malo, lo justo de lo perverso, lo bello de lo feo. Es por esto
que quizá, la búsqueda de la propia voz no es más que eso, una constante búsqueda
de un eterno prófugo cuyo rostro conocemos
si y solo si nos desconocemos.
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